Hace algunos años atrás, mientras estudiaba medicina, mi dinámica en el aula era de lo más heterogénea.
Mientras estaba embobada con las clases de algunos profesores a quienes les asistía a sus cátedras con ilusión, por otro lado, deseaba que se pasara rápido el interminable día cuando entraba al salón de otros, cuya voz monótona… en perfecto ritmo de sedación… me aburrían tremendamente.
En esa época era mi costumbre llegar temprano y buscar un asiento al frente de la clase de modo de asegurarme un sitio donde reducir los distractores, un hábito que he tenido siempre y que se ha dado en la historia de la humanidad entre los interesados en aprender… aunque no reflexionemos adecuadamente sobre cuándo no manifestarlo.
Sin embargo, reconozco que por más justificable que fuera mi proceder era inevitable que mutara la intención ante algunos docentes aburridos que me hacían desear sentarme donde no me viera el somnífero de turno. Mi puntualidad germánica me traicionó en todas las clases y casi siempre llegué temprano a esa situación, trasladándome por costumbre a un pupitre al frente.
De los buenos profesores hubo muchos. Recuerdo con placer cuando llegaba a las aulas de docentes como nuestra profesora de zoología, Esmailia Gómez, quien al impartir cátedra nos hablaba a la vez que dibujaba con unas tizas de colores los organelos de los parásitos poniendo vida a la clase, han pasado más de 20 años y aún los recuerdo! … hasta podría dibujar algo de la Giardia lamblia – con sus núcleos que parecía que nos «veían» como ojos – o alguna generalidad de las Trichomonas. Ella le hizo el trabajo fácil a los que después llegaron a dar parasitología.
Así era también nuestro querido profesor de fisiología, Azael Paz Aliaga, cuando nos explicaba sobre la nefrona y todo lo que en ella pasaba, llenando la pizarra de sentido lógico con sus gráficos en perfecta conexión con su narración, sin duda preparada para que en su hora de clases encontráramos concentrado aquello en lo que un estudiante debía poner énfasis por aprender. De haber existido los teléfonos inteligentes y las redes sociales en esa época seguro contaríamos con fotos de esos pizarrones con el hashtag de #genial.
Otros hicieron lo mismo, tal vez el primero que recuerdo fue a Guy De Leusse, de Biología 1, explicando los aminoácidos con su acento belga, nos hacía bromas sobre la formación del colágeno mientras daba vida a la prolina y la lisina en un pizarrón durante las cálidas tardes en un aula en el trópico.
Sin embargo, no todo era perfecto, había un elemento corruptor de las clases… los retroproyectores!!… aparatejos que servían para proyectar en una superficie – por lo general la pared – los acetatos que hacían algunos profesores para dar sus clases.
Estas láminas, que usaban como material educativo, eran transparencias llenas por demás de letras esperando ser leídas, tanto así que les sacábamos fotocopias para estudiar,
Una regla que casi siempre se cumplía era que…
la cantidad de palabras usadas en estos soportes seguramente sería inversamente proporcional al interés que generaría la clase… (lo mismo que pasa hoy día con los slides de algunos)
así que en silencio una mente crítica se podría preguntar
– ¿para qué ir a clases si con esos mini tratados tenías lo que te iban a decir? …
Pero, por lo general los estudiantes de medicina éramos dóciles. Los médicos reforzamos durante nuestra época de estudiantes una especie de adoctrinamiento respetuoso o prudente hacia los escalafones superiores que hace que rara vez alcemos la voz a la rutina. Además, también existía el temor a las represalias que pudieran plasmarse en nuestras calificaciones basado en notas «apreciativas» que pudieran afectar el promedio en materias impartidas de modo hasta desestimulante, en las que de por sí estudiar para un examen era ya un problema..y más si el profesor era de esos (pocos) que hacía ver que nadie estaba sobre él (lector insaciable de salón de clases).
Llegados a este punto, y de forma irónica, se creó un nuevo hecho indeseable en mi vida:
… Que se quemara la bombilla del aparatejo!!!
Allí moría la clase y perdías el viaje a la universidad. Pues, cuando el lector de los acetatos perdía la muleta ya ni si quiera cojeaba!!… si no le conseguían otro equipo corríamos el riesgo de que el pobre quedara por una hora tetrapléjico y disártrico, teniendo que repetir el día de la marmota en otra ocasión.
Así que como verán, era fácil dividir a los docentes entre lectores somníferos y “docentes propiamente dichos”.
Eran tiempos universitarios, donde los jóvenes progresan en la expresión de su pensamiento, mientras, para los que somos liberales la libre expresión del pensamiento, dentro del respeto cuando es posible, es desarrollo, para otros es rebeldía, una muestra de la clásica historia de la humanidad al enfrentarse el absolutismo con el pensamiento libre que llevó a la hoguera a más mujeres en la edad media de lo que se recuerda.
Al avanzar la carrera mis compañeros crearon un pequeño panfleto al que llamaron “El Bisturí”, órgano divulgativo de las noticias y opiniones de quienes hacíamos vida en nuestra escuela de medicina. Allí presenté un pequeño escrito al que llamé “El filamento de la verdad” haciendo referencia al filamento de tungsteno de esas bombillas que al quemarse sometía una dura prueba a nuestros docentes. No tardó mucho en generar algunas opiniones.
De nuevo vi como los docentes se dividían, el Dr. Jorge Sánchez de microbiología me felicitó por decir lo que pensaba y otro de anatomía (ni su nombre logró que fijara) me recriminó mi osadía, afortunadamente no me calificaba.
… y mejor aún…!ya no quemaban a las brujas!
Su accionar era lógico, ya de pequeños nos contaban que no era fácil para el rey saber que estaba desnudo.
Al pasar el tiempo terminaron mis estudios fundamentales de medicina y pasé al post grado, los retroproyectores fueron desapareciendo para dar paso a otro dictador educativo, el proyector de presentaciones informáticas (hechas con PowerPoint y otros programas similares). Un nuevo tipo de filamentos sustituía ahora a aquel análogo de una dendrita que tenía la bombilla del retroproyector.
El efecto era el mismo que antes. La tiza fue sustituida por marcadores y aunque hubo quien los usó no fue precisamente la mayoría.
Al finalizar la carrera pasé a ser espectadora de otra forma de docencia. Los clones académicos que parieron aquellos docentes eran profesionales que impartían conferencias y cursos dados en congresos, en numerosas de sus ponencias pude ver como parecía que se había estrellado sobre las pantallas de los auditorios un sobre de sopa de letras.
Mi paciencia se tornó corta, antes en clases cumplía con un programa educativo, pero esto ahora no tenía sentido, mientras algunos expositores mostraban grandes imágenes para nuestra construcción del conocimiento otros presentaban grandes escritos para nuestro desánimo, a esos últimos los vi como ladrones de algo que me pertenecía, “Mi Tiempo”.
Empecé a levantarme e irme, la lógica es simple:
… si lo que me vas a decir está todo escrito allí, ten la gentileza de enviármelo por email, que ya me lo leeré yo sentada en una silla más cómoda y sin el frío de un auditorio ¡y hasta con un snack!
La mala docencia había hecho su función, algunos hijos aprendieron de los malos modelos, y el arte de dar una clase con fines reales de enseñar se convirtió en algo extraño a la consciencia y ahora, nuevamente, requería talento, uno que sigue siendo escaso y no abunda entre expositores, que necesita la mayoría cómoda que con más recursos educativos que los del pasado no sabían usarlos, uno que fuera tan fuerte que resistiera a la poca paga. Si… un talento que no se paga bien se vuelve extraño.
El abrazar y felicitar a un chapucero(a)* cuando se lee un mini tratado en un auditorio es un acto ciertamente hipócrita con él, que descalifica y maltrata al buen docente, mientras por otro lado refuerza una mala práctica que crece entre los cómodos y quienes buscan sus cinco minutos de fama, aunque realmente no lo valga y se corra el riesgo de ser descalificado por simple comparación.
Es que dar una clase o ponencia debería ser como el carné de conducir, que cuando lo haces mal te quitan puntos y te envían a clases a aprender cómo hacerlo.
* perdónenme esta licencia española pero define perfectamente al sujeto

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